Buenos días a todos, espero
que estéis disfrutando de estos días de asueto, y de este tiempo maravilloso
(para las hortalizas) que el cielo nos regala. Hoy vengo a traeros un documento
imprescindible, un relato fascinante, contado, como siempre, sin pelos en la
lengua. La misión que hoy me he propuesto es despejar las brumas de la historia
para traer hasta el presente uno de aquellos cultos ancestrales, olvidados en tiempos inmemoriales, que el ser humano guarda
en el interior de la memoria colectiva, para, por unos minutos, revivir sus
misterios, sobrecogernos de pavor ante el poder de lo divino, reverenciar el
arcano poder que emana de lo más profundo de nuestro inconsciente.
Hoy vengo a
hablaros del culto a Atis!
(El martirio de Atis) |
En primer lugar unos datos biográficos para poner en
antecedentes al sobrecogido lector. Atis, nuestro nuevo amigo, era la deidad
principal de los antiguos frigios, una raza de griegos muy raros, al estilo de
los troyanos, que en lugar de vivir en
el Peloponeso, como dios manda, habitaron la
península de Anatolia y vivieron su momento de mayor esplendor entre los siglos
VIII y VII a.C. siendo el famoso rey Midas, y su toque mágico, el personaje más
popular de estos frigios.
Como todo dios solar que se precie,
el bueno de Atis nació, un 25 de diciembre del seno de una virgen, en este caso la diosa Nana/Cibeles. Al parecer la partenogénesis
de la diosa fue producida por una almendra que se le cayó en el regazo mientras
andaba distraída, y que era, en realidad, uno de los cojones del río Sakarya
(al parecer los ríos de Anatolia tienen testículos, ver para creer). Tuvo una
azarosa vida, plagada de escarceos amorosos que se quedaron en agua de borrajas
porque al parecer era impotente. E incluso llegó a tontear con su propia madre,
de la que estaba locamente enamorado. Al final, no se sabe cómo, acabó
prometido con la hija del anteriormente mencionado rey Midas (esto empieza a
parecerse cada vez más a un culebrón venezolano).
El caso es que el día de su boda,
lleno como estaba de tensión sexual irresuelta hacia su madre, y a punto de
casarse con una loba que lo quería sólo para él, decidió que lo mejor que podía
hacer era cortarse las pelotas. De este modo se sentó debajo de un árbol y con
un cuchillito hizo zas!, y se rajó la bolsa escrotal. Una escena muy tierna que
sería repetida por sus seguidores, pero me estoy adelantando.
(coribantes) |
Esto ocurría durante los equinocciales
de primavera de su trigésimo tercer cumpleaños. El pobre Atis no calculó bien,
y a consecuencia de su autocastración se acabó desangrando hasta morir. Una
auténtica lástima. Para más inri, unos tíos que pasaban por ahí decidieron que
lo mejor que podían hacer con el pobre dios moribundo era crucificarlo en aquel
árbol.
Tras palmarla, el pobre Atis bajo
a los infiernos, lugar en el que permaneció durante tres días enteritos. Entre
tanto, Cibeles, arrepentida, se hizo con el cuerpo de su hijo y lo llevó a un
sepulcro dentro de una cueva para evitar que el cadáver de su retoño sufriera
los males de la putrefacción. La sorpresa debió de ser mayúscula al ver como
Atis resucitaba al término del tercer día para ascender a los cielos y pasar a
formar parte del panteón de dioses.
El culto a Atis tuvo, como ya he dicho, mucho tirón entre
los frigios, no en vano, se trataba de la deidad solar más querida de la época,
y desarrolló toda una liturgia que tenía su punto álgido en los denominados
festivales de Hilaria, que solían caer sobre el 25 de marzo.
Durante
estos festivales se festejaba la muerte y resurrección de Atis, así como su
pasión en el pino. El mentado día 25 de marzo se organizaba una gran procesión
en la que los coribantes, una especie de hermandad masculina dedicada a los
ritos orgiásticos, y con unas pintas muy raras, cogían un leño enorme de pino,
a veces con una figura de Atis atada a él, y lo montaban sobre una especie de
plataforma que paseaban en volandas desde que lo sacaban del templo hasta que
lo volvían a meter. Los vecinos de los pueblos donde se celebraban estas
procesiones solían reunirse alrededor de los coribantes para gritarle cosas
bonitas al madero (¡Guapo! ¡Viva er pino de mi arma y la mare que lo parió!).
Eran
frecuentes las muestras públicas de dolor, las flagelaciones y lamentos, e
incluso las mutilaciones rituales, como forma de mostrar devoción al bueno de
Atis.
El ritual
solía concluir con la castración pública de aquellos que iban a ser ordenados
aquel año como nuevos sacerdotes del culto. Al parecer, los miembros de este
culto eran todos hombres, y tenían que hacer la promesa de dejar a un lado su
virilidad para dedicarse a una vida de servicio y abstinencia carnal. Todo ello
quedaba plasmado en el rito de cortarse los huevos.
(casta sacerdotal del culto) |
Tanto éxito
tuvo este culto que de Frigia pasó a Grecia y de ahí a Roma, donde vivió sus
años de mayor auge durante el reinado del emperador Claudio (41-55 d.C). Por
aquellos años la devoción había llegado a tales extremos, y se había convertido
en algo tan popular, que los equinocciales de
primavera eran dedicados en exclusiva a esta deidad. La festividad de la Hilaria fue
institucionalizada por el estado (Diodorus Siculus 3.58.7) y después, de la
noche a la mañana desapareció. Nadie se explica cómo pasó aquello. Es un
misterio.
Es durante el bajo imperio, cuando el cristianismo se
convierte definitivamente en la religión oficial de Roma, el momento en que
desaparece definitivamente el culto a Atis. Perdiéndose en las brumas del
tiempo. Hoy es un resquicio ancestral que solamente se conserva en mohosos
papeles apilados en los sótanos de los museos, un eco del pasado, un recuerdo
de una época bárbara en la que el hombre seguía rindiendo culto a los ciclos
solares, a la naturaleza ignota y desconocida.
Es bueno ver lo mucho que hemos avanzado como sociedad desde
aquellos años.
P.D.: No he podido encontrar imágenes ni vídeos de la época, así que he tenido que echar mano de lo que había por ahí. Espero que no se note demasiado.
La verdad es que yo esto de Atis lo sabía pero procuro no tocar el tema porque en centro de depilación nunca les da tiempo a hacerme la lengua.
ResponderEliminar