lunes, 23 de abril de 2012

EL INEFABLE DOCTOR WHO


 Este es un post para venderos una serie, dadle al play, gracias.


Los anglosajones tienen una expresión; “Sense of Wonder”, que podría traducirse como “sentido de la maravilla”, y que hace referencia a una forma muy determinada de ver la vida. Se trata de la sensación de deleite infantil ante todo aquello que se escapa a nuestro obtuso entendimiento, de mirar embelesado una puesta de sol, de imaginar pasadizos oscuros repletos de tesoros ocultos en el trastero de casa, de buscar gnomos y hadas en los jardines. El mundo es un lugar mucho más extraño y maravilloso de lo que nuestra rutina gris nos deja entrever, y es bueno, de vez en cuando, volver a adentrarnos en nuestras cotidianeidades con los ojos de un niño para poder así disfrutar de todos los pequeños misterios que se esconden entre toda la maraña de mundanidad que conforma nuestras vidas.
            Los británicos lo saben. Son chicos listos. Por ello gustan mucho de crear historias de esas que ellos llaman “más grandes que la vida misma”. Los términos; raro, extraño o bizarro podrían, perfectamente, definir gran parte de la literatura, del teatro, del cine, cómic y, por supuesto, la televisión que se hace al otro lado del charco (y me refiero al Canal de la Mancha, no al otro charco). Desde el Steampunk decimonónico hasta la narrativa gráfica de mediados de los ochenta, los británicos se las han ingeniado para ir inventando y reinventando el fantástico, desde sus orígenes hasta el momento actual. No en vano ellos fueron los creadores del género tal como se entiende en la actualidad, con autores de la talla de Shelley o Byron (cierto es que en la génesis moderna del género, los especialistas en la materia suelen incluir también a algún que otro personajillo de fuera de las islas, como Baudelaire, que era francés, y por ello no cuenta). De Carroll a Dickens, de los Monty Python a Danny Boyle, de Sherlock Holmes al agente 007, el fantástico debe mucho a los británicos, en todas sus vertientes. Incluida la televisión. Y no hay mejor ejemplo de lo que este género es capaz de ofrecer que “Doctor Who?”.

Los once doctores
 El origen del show no tiene nada de original y es una historia de sobra conocida dentro de los círculos especializados en este tipo de frikeces. Lo repito, da igual. Corría el año 1963, la posguerra había acabado, los ingleses comenzaban a salir de sus casas de nuevo y a contemplar el mundo con ojillos satisfechos. La misión estaba cumplida, los nazis habían sido derrotados y el honor británico salvado, era hora de poner los cimientos al nuevo estado del bienestar. ¡Qué bien suena esa palabra!. Sanidad universal, escolarización obligatoria, seguridad social y, como no, televisión pública. En el año 63, mientras que en España aprendíamos a andar erguidos y a hacer fuego frotando dos palos, en el Reino Unido ya había un televisor en casi todos los hogares. Los británicos descubrieron la caja catódica en el año 53, cuando más de veinte millones de ellos se arremolinaron frente a uno de estos aparatos para ver la coronación de Isabel II al son de “God saves de Queen” dando gritos de enfervorizado patriotismo. Una audiencia sin precedentes hasta aquel momento en la corta historia de la televisión mundial. Los nuevos caminos que abría el medio televisivo como forma de comunicación de masas empezaban a atisbarse en este momento, y los “funcionarios” de la BBC se autoimpusieron la misión de crear una programación que contentara al vulgo y fuese entretenida, y que a la par cumpliese con su labor educativa (no en vano el pragmatismo inglés es una de sus señas identitarias, junto con su flema, ciertas tendencias homoeróticas fruto de la estricta educación en internados masculinos, y el pescado con patatas). El ministerio de educación había realizado un estudio entre los escolares británicos, los resultados mostraban que las materias en las que más fallaban los chavales eran Historia y Ciencias Naturales, de modo que las cabezas pensantes se pusieron manos a la obra y decidieron emprender un plan de acción que comprendía, entre otras muchas cosas, el encargo de un nuevo show a la BBC, que fuese didáctico y a la vez entretenido, y que diese a los jóvenes torreznos del Reino Unido unas pocas nociones de historia y ciencias. Para ir tirando. Es algo así como si “Física y Química” enseñase de verdad física y química. El resultado de todo ello fue Doctor Who.
Los elegidos para poner en marcha este proyecto fueron los productores Sydney Newman y Verity Lambert, junto con un extraño personaje que tenía la sana costumbre de ponerse de ácido hasta las tetillas, y que solía andar pululando por los despachos de la BBC sin que nadie supiese exactamente a que se dedicaba o que carajo hacía allí, y al que todos conocían como “Bunny” Webber. Está claro que alguien que se presenta a sí mismo bajo el mote de conejito no debería estar al frente de un programa destinado a formar las mentes de las futuras generaciones, y así lo debieron de ver los altos directivos de la cadena porque al poco tiempo de empezar el programa el señor Webber se marchó hacia pastos más verdes.
            El concepto sobre el cual gira gran parte del show, grosso modo, es el de los viajes en el tiempo, excusa argumental perfecta para que el Doctor y sus acompañantes corriesen aventuras en diversos momentos del pasado. La estructura inicial de la serie consistía en ir alternando seriales históricos junto con otros de corte más futurista, en los que las farragosas explicaciones pseudocientíficas se entremezclaban con auténticas clases magistrales de química o de física en una especie de jerga característica, marca indeleble de la serie. Durante las sesiones brainstorming, en las que se dio forma al show original, se decidió incluir a dos profesores entre los personajes protagonistas; una profesora de historia y un profesor de ciencias, que mantendrían entre ellos una especie de idilio romántico, bastante naif para los estándares actuales, pero lógico si se tienen en cuenta el nivel de censura de la época.

En cuanto al personaje principal del programa, eso es harina de otro costal. El único término que podría definirlo de manera adecuada sería el de “inefable”. Al comenzar la serie se contrató al actor William Hartnell para que diese vida al entrañable, aunque a veces cascarrabias, Doctor. Pocos sabían que Hartnell sufría una enfermedad degenerativa, muy parecida al Altzheimer, que acabaría por obligarlo a dejar el programa cuando este se encontraba en sus mayores cotas de popularidad. Rápidamente se buscó una solución; ¿y si el personaje principal fuese inmortal, y se fuese regenerando en sucesivas formas y personalidades cada vez que el cuerpo que ocupase en ese momento muriese?. Con la primera muerte y regeneración del Doctor se saltaron a la torera todas las normas lógicas que mantenían al show atado aun a ciertos niveles de coherencia. A partir de ahí las cosas se volvieron locas, explotaron. A saber, Doctor Who es un programa protagonizado por un personaje que es, en esencia, una especie de Deus ex machina. El origen del misterioso protagonista se ha mantenido en secreto durante las casi cinco décadas que lleva el show en antena, pero a lo largo de sus más de 770 episodios se han ido dejando caer pistas sobre quién es en realidad este personaje. No hay que ser muy avispados para darse cuenta; alguien que puede estar en todos los sitios al mismo tiempo, que es eterno, que ha estado presente, controlando y dando forma a la historia desde el mismísimo Big Bang hasta el final de la creación, qué es prácticamente todopoderoso. Estos ingleses y sus referencias ocultistas y místico-mágicas se creen que nos la pueden dar con queso. En efecto, querido lector, como ya habrá adivinado se trata de la traslación a un programa infantil de la teoría del “punto omega” del jesuita francés Teilhard de Chardin, excomulgado por la iglesia, por cierto, y que tan de moda se puso durante los psicodélicos sesenta entre ciertos círculos de magia ingleses, círculos que después acabarían sincretizándose con toda la barahunta de creencias new age sobre chamanismo, campos energéticos, budismo/tantrismo pop y todo ese rollo. Porque el personaje tiene sus raíces en el momento histórico que le tocó vivir, y es un tipo raro, eso hay que reconocerlo. En este caso la rareza es también genialidad, y los ingleses, si de algo saben, es de convertir algo raro en algo genial.
            La longevidad del show es buena muestra de la popularidad del programa, pero es que, además, la serie ha trascendido más allá de las pantallas de televisión. Se ha convertido en toda una institución en el Reino Unido. El último especial navideño emitido el 25 de diciembre de los corrientes consiguió atraer hasta el televisor a nada menos que 10.7 millones de embobados espectadores, que es, más o menos, una quinta parte del total de la población inglesa, convirtiéndose en el segundo programa más visto durante el día en que la gente, por sistema, más ve la televisión. “Águila Roja”, con su máximo histórico de 6 millones de espectadores ni se aproxima a esta cifra, así como tampoco lo hace el capítulo más visto de “los Serrano” que cuenta con una más que respetable audiencia de 8 millones. Para batir esta cifra tenemos que acudir al programa de una serie de producción nacional más visto de la historia de este país; el último episodio de “Farmacia de Guardia”, que contó con más de 11 millones de espectadores y una cuota de pantalla del 60%. Pero es que estoy comparando las audiencias promedio de los capítulos más vistos de la historia de la televisión en España con el último episodio de las aventuras del buen Doctor. Sería imposible para cualquier serie española, o simplemente cualquiera que no fuera estadounidense, lograr los 16 millones de espectadores de media que consiguió el show durante el año 1979. De hecho ningún episodio de Doctor Who, desde el inicio del programa, ha estado por debajo de los 3 millones de espectadores, cifra que, por sí sola, supone todo un triunfo para cualquier serie en una cadena generalista de cualquier país del mundo.
            Pero es que lo que implica este programa para los británicos no es comparable a lo conseguido por ningún otro programa de televisión, salvo quizás, y dentro de su grupo de fanáticos seguidores, Star Trek. Se trata del programa más longevo de la televisión (y en vista del éxito que sigue cosechando se le augura un futuro muy largo). Ha ganado todos los premios televisivos habidos y por haber, incluido el BAFTA a la mejor serie dramática en el año 2006 (se trata de algo así como el Oscar británico, y sí, cuenta con una categoría al mejor drama de televisión. Los ingleses son los putos amos!). Y no se queda ahí, no señor. El programa, que lleva alimentando los delirios de los británicos durante generaciones, ha pasado a formar parte de la cultura popular del país. Existen varias expresiones en lengua inglesa que se utilizan a menudo en charlas coloquiales y que tienen su origen en este programa, como por ejemplo la expresión “behind the sofa”, que podría traducirse como “ver los toros tras la barrera”, y que tiene su origen en la costumbre de los niños ingleses de ver las partes más terroríficas del show mirando desde detrás del sofá.

Este y otros ejemplos vienen a poner de manifiesto la impronta que el programa ha dejado en el imaginario colectivo de los británicos. La crítica de televisión del diario The Times, Caitlin Moran, llegó a afirmar que Doctor Who era “la quintaesencia de lo británico”. ¿Quién soy yo para discutírselo?. Con su look trendy, su psicodelia pop, sus diálogos plagados de metarreferencias a la cultura británica; desde chistes sobre “Maggie” Tatcher, hasta los últimos cotilleos sobre la familia real, el show muestra la sociedad british desde una óptica alegre y desenfadada. Los personajes han que acompañado al Doctor en sus nuevas aventuras por el universo se pueden trasladar con suma facilidad al contexto social actual del Reino Unido, desde la middle class londinense (Rose Tyler), pasando por las clases profesionales acomodadas (Martha Jones), hasta el moderno habitante de suburbios (Amelia Pond). El programa se toma mucho cuidado en reflejar los dramáticos cambios por los que atraviesa el mundo. Los conflictos sociales contemporáneos aparecen perfectamente retratados en el programa. Los episodios más recientes son una buena muestra de ello,  siendo un compendio de duras historias, y más tratándose de una serie con una importante cuota de público infantil, que transcurren en nuestros días y que cuentan con la crisis económica como telón de fondo. El Doctor en su vertiente más dickensiana. Una serie de relatos de crudo realismo social que no tienen nada que envidiar al cine de Ken Loach (aquí me he pasado, lo siento Ken), y en las que aparecen retratadas de manera magistral las penurias existenciales de los habitantes de la city, sus miedos, inquietudes, aspiraciones, sueños y esa extraña desesperación que está siempre patente en las clases trabajadoras de un tiempo a esta parte. Y el mérito, y ahí radica la grandeza de Doctor Who, es que lo hace sin renunciar a la fantasía. Al contrario, combina ambos elementos; lo hiper-real y los sub-real y nos lo devuelve en forma de maravilloso cuento televisivo, con o sin moraleja (casi siempre con), pero sin ñoñerías.
 
Para terminar de glosar las virtudes del programa, y además de todo lo anteriormente expuesto, debo añadir que el show ha transcendido las fronteras del Reino Unido, y todo apunta, con la adaptación a la gran pantalla que se prepara y que, finalmente, dirigirá David Yates, a que va a volar muy muy alto (si el mundo no se acaba antes). No tiene, por descontado, la difusión de las teleseries americanas (tampoco cuenta con los canales de distribución de éstas, no olvidemos que es un programa que produce la televisión pública británica), pero aun así ha conseguido hacerse con un núcleo acérrimo de seguidores por toda Europa, así como grandes nichos en Australia, Nueva Zelanda y Canadá. Incluso en Estados Unidos existe un pequeño sector de irreductibles whovians. Ni que decir tiene que esto es algo impensable hoy en día para ninguna serie española, ya venga de la televisión pública o los canales privados. La falta de ambición de nuestra ficción televisiva y su escasísima presencia en mercados que, a priori, podrían resultar fácilmente accesibles, como son los países latinoamericanos, es una de las asignaturas pendientes de nuestras productoras, que no han sabido ver la oportunidad que les brinda este medio extraordinario (Hay programas que sí se exportan a países sudamericanos, como “Cuéntame”, pero son excepciones). Doctor Who es un ejemplo de ficción bien hecha, de elementos armónicos que crean sinergia, de maravilla en formato panorámico, de pasión, de energía, ilusión, alegría, bondad.

 Más adelante me dedicaré a hablar sobre los diferentes doctores y la idiosincrasia del programa. Hoy solamente quería vendéroslo.

I love this show!

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