De vuelta al Tiempo…
Y sucedió algo maravilloso! Aun hoy, pasados más de 15.000
millones de años, sigo emocionándome con aquellos días atemporales. El Tiempo
sin memoria es una experiencia sorprendente, pasado un tiempo, aunque entonces Yo
no era Consciente de la cantidad de cosas increíbles que pasaban a mí
alrededor, pues no tenía alrededores ni tan siquiera. Estaba demasiado metido
en el partido, centrado en mis jugadas, tan absorto en mi mismidad que era
incapaz de prestarle atención a nada que no fuese permanecer suspendido como
Instante incolumne en el éter eterno.
Era todo muy confuso y caótico. Como momento, Yo saltaba a
la existencia y desaparecía en la nada de nuevo en un abrir y cerrar de ojos.
Un parpadeo. Mirabas y ya no estaba ahí, solo un residuo de inconstancia
temporal.
No había
suficientes instantes de Mí Ser ni para formar un mísero Cronón, que es la
unidad de Tiempo más pequeña que existe a la hora de llevar un recuento de las
cosas que van pasando, por lo que mi Historia no podía empezar a ser contada,
pues no había con qué. De todas formas lo intentaré.
Sucedió entonces, aún sin en cuando, que en buen Momento,
mientras la Locura
reinaba en el caos primordial y los Instantes peleaban a muerte unos con otros
por ver quien moría primero, que uno de
mis Momentos se quedó parado donde estaba en ese preciso Instante. Aquel Tiempo
travieso se cansó de jugar a desvanecerse en mi Inexistencia. Dejó de saltar a
la comba con el Vacío y decidió congelarse a sí mismo. El único problema era
que Yo no tenía sitio donde acoger a aquel Instante insolente. Decidí
sostenerlo inmóvil, fijo en un Punto, clavado en el hueco dejado por todo
aquello que hubiese debido estar ahí pero que en realidad no estaba. Una
manchita diminuta en la pared inmaculada de la Existencia.
Fui
entonces un Momento eterno, y lo seré siempre. Irrepetible por ser único.
Imborrable por el simple hecho de suceder. A lo hecho pecho. Ya no había vuelta
atrás, había nacido un concepto y mi obligación, como Madre, era darle un techo
bajo el que cobijarse.
El primer problema a resolver, y bastante preocupante, por
cierto, era el de la vivienda. Si ahora resulta difícil encontrar piso
imaginaos entonces, cuando no había, en Todo el Universo, un mísero metro
cuadrado donde echar raíces. Decidí darme un hogar, aunque para ello tuviese
que convertirme en Lugar. Unidimensional, acogedor y calentito. Lo llamé Punto
0.
Eran
tiempos idílicos aquel Momento. Sin preocupaciones, sin cargas ni responsabilidades,
viviendo el día a día, siempre el mismo Instante. Eternidad inconsecuente.
Aquella juventud alocada, primordial, echaba a perder mi futuro en una
encrucijada infinita de posibilidades vectoriales. No avanzaba Nada.
(hogar, dulce hogar) |
Aquello era Temporal, no podía durar mucho. El Momento
repetido, que después se haría mayor hasta ser Tiempo, permanecía entonces en
una inmovilidad redundante, paradito en su Punto 0. Aquello no tenía mucho
sentido. Si el Tiempo transcurre eterno en el mismo Lugar, aunque se trate del
mismísimo paraíso, acabará dándose la vuelta, cansado, y regresando cabizbajo
al mismo Punto 0 del que partió, porque en realidad nunca se ha movido. Y eso
es lo que ocurrió.
El primer Instante, en el primer Lugar, se repitió
a sí mismo, una y otra vez, infinitas veces hasta el fin de sus tiempos, y Entonces
volvió a ser el primer Instante en el primer Lugar de nuevo. Como aquello era
imposible tuve que crear otro lugar distinto para acoger a aquel Instante
duplicado. Nació el Espacio.
Un Segundo Instante paralelo al Primero,
corriendo siempre por delante, separados pero unidos de la mano, y después un
Tercero, y un Cuarto y un Quinto y un Sexto, hasta llegar al Instante Infinito,
y como todos mis Momentos avanzaban en la misma dirección me salió, sin darme
cuenta mi primer Vector.
Mi primer
eje, mi primera abcisa, u ordenada, o qué se Yo!. El Punto 0 dejó de serlo para
volver a ser un 1, pero al mismo Tiempo, en el mismo momento era el mismo
Momento que había sido siempre en el Punto 0. El Tiempo se acumulaba, se
amontonaba a lo loco. No cabía Todo en el mismo sitio, así que el instante más
listo, el más adelantado, Infinito, se paró y dijo; “esta casa es mía, aquellos
que deseen seguir avanzando qué se busquen otra dirección”.
Me gustaba mucho aquella nueva morada, le puse por nombre X.
Aquello solucionó mis problemas de Espacio durante un Tiempo. Más aquel
Instante pertinaz, una vez echado a andar no quería parar nunca, y aquel primer
vector se me acabó repitiendo. Un nuevo Punto 0 y un nuevo X. No cabía en mí
mismo. Era una línea infinita, puesta junto a su hermana, al ladito, tendida, y
reiterándose de nuevo hasta llegar a otro Fin Infinito.
Tanto se me
repitió aquel vector desdichado que me acabó saliendo una hernia en forma de
ángulo recto. Aquello era inaúdito! El Tiempo se plegó sobré sí mismo y…
voilá!! le salió un Espacio nuevo. Otra dirección que no era X, qué era Y, y el
Tiempo descontrolado. Me volví un plano.
Y vuelta a empezar. Aquel suceso dichoso, aquel Momento
travieso que revoloteaba por doquier. Otro ángulo recto, Espacio euclidiano, a
este le llamaré Z, y para ya, qué con tres dimensiones basta! Pero no!! No
bastaba con jugar con un cubo y una pala, ahora el Tiempo quería un hiper-cubo.
Otros 90 grados!! Me mareaba, me salían dimensiones de cada uno de mis pliegues
temporales, aquello era una danza interminable, un baile multidimensional de
anchos por altos por largos, de coordenadas espacio-temporales, la
Mona Lisa en 3-D, la final de Eurovisión en
el mesozoico, Homo Sapiens, extraterrestres de Sirio, vampiros, teletubbies.
Todo mezclado en aquel instante infinito.
Yo era Tiempo doblado, Espacio invertido. Un Lugar y un
Momento. Un patio de recreo donde jugar. Un contexto sin sustancia. Contraído,
expectante. Dimensión desconsolada. Buscaba una identidad, algo que rellenase
mis espacios en blanco y mis segundos vacíos. Entonces fue cuando me encontré
conmigo mismo.
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