Todas las mañanas al levantarme me asomo por uno de los
ventanales de mi cuarto y contemplo el mundo. Tiene sus cosas buenas y sus
cosas malas, como todo en esta vida. Veo coches que asfixian con su humo negro
a los árboles de las aceras, sus motores rugen enfadados porque no les dejan
correr en libertad por las sabanas de asfalto de las autopistas, y se vengan
con su polución grisácea y aceitosa. Veo un polideportivo, casi siempre vacío,
alguna que otra vez es utilizado por un grupo organizado de domingueros de
distrito, como escenario donde autopremiarse por no hacer nada de lunes a
viernes y fracasar sudorósamente en sus competiciones artríticas de fin de
semana. Montan fastuosas entregas de premios en las que Shakira suelta sus
jadeos entre golpes de megáfono, como sonido de fondo. Vida sana lo llaman, yo
a ellos “hijos de puta”, por joderme los domingos. Veo perros paseando a sus
dueños, obligándoles a recoger sus deposiciones del suelo en una suerte de
castigo kármico por hacerles comer esas repugnantes bolitas de pienso. Veo ninis.
Los ninis son sempiternos, siempre que veas un parque allí estarán ellos,
fumando, bebiendo, diciendo barbaridades y riéndose como hienas. Como son ninis
no tienen nada mejor que hacer. Son felices. Les maldigo por ello. Veo también
abuelit@s sentad@s en sus bancos. Ellos observan vigilantes las obras, ellas
agitan sus manos, hacen aspavientos y comienzas todas sus frases por “Yo”. Son
otro tipo de ninis. Veo edificios. Veo cielos cubiertos por estelas tóxicas de
nubes arracimadas. Veo al Sol, riéndose en sus alturas. Veo parad@s que caminan
por las calles de forma presurosa, acongojad@s por no estar dirigiéndose al
trabajo. Veo trabajadores municipales, con sus cubos, sus palas y sus
mangueras, sus podadoras y sus motosierras, parafernalia infernal con la que
mutilan a los pobres árboles, que nada les han hecho, en una injusta lucha de David
vs. la empresa que tiene adjudicada la concesión municipal del mantenimiento de
parques y zonas ajardinadas. Veo pájaros atolondrados, que se caen de los
árboles, que aterrizan en las terrazas para lucimiento de los gatos
expectantes, domesticados pero salvajes. Veo toldos mugrientos, cristaleras
desaseadas, señoras entradas en carnes encaramadas a las cornisas, trapo en
mano, con la misión sagrada de hacer brillar las translúcidas superficies. Es
una forma de confundir a los pájaros. Veo fantasmas, muertos vivientes que se
ocultan en las sombras de los soportales, que rehuyen las miradas de los
vecinos, que preparan su tránsito al más allá aspirando veneno de una lámina de
papel de plata. Oigo a las calles murmurar. El bullicio de sonidos entremezclados,
las risas, los saludos, las afirmaciones existenciales, latiguillos, frases
hechas terminadas en puntos suspensivos. Escucho los silencios incómodos. Veo
dos chicos cruzando la calle, van vestidos de forma absolutamente ridícula, nadie
les ha señalado ese hecho, parece ser, de otro modo no llevarían esas pintas. Se
van a dar una hostia en cualquier momento por intentar correr con los pantalones
bajados hasta las pantorrillas y les va a pillar un coche, ya verás!. Veo a dos
chicas que les reciben al otro lado de la acera con los brazos abiertos.
Merecida recompensa. Oros por todos lados; anillos, collares, pulseras,
esclavas, esclavas de la moda del oro. Veo tenderos que charlan, que fuman y
despotrican, que maldicen y redicen por tener sus tiendas vacías. Veo cuerpos
esculpidos en gimnasio a golpe de pesa charlando animadamente con otros hechos
de chichillas redondeadas a base de celulitis. Objetos geométricos en
contraposición. Veo Chinos, anuncian maravillas exóticas en sus escaparates;
“prueba el Monster, es bestial!”, “Ruffles sabor pincho de tortilla”. Templos
en honor de las grasas-trans y los billetes de cinco pegados con celofán, a
veces hay algún abuelo dentro, sentado en una silla de jardín, con su boina
ceñida y su vara enarbolada, es una pieza más del mobiliario, a él también se
le rinde culto. Veo negros. Veo blancos. Veo cafés con leche llamados Waldo.
Veo dos vecinos enzarzados en discusiones imprescindibles, uno es del Madrid y
el otro del Barça, uno es del PP y el otro del PSOE. Los dos llevan razón y les
revienta que el otro no sea capaz de reconocerlo. Veo dos críos enzarzados en
discusiones imprescindibles, uno es de Iron Man y el otro del Capitán América,
uno es de Pokemon y el otro de Doraemon. Los dos llevan razón y les revienta
que el otro no sea capaz de reconocerlo. Veo Marías que se arrastran sibilinas
por las calles, que van al mercado, que vienen de la peluquería. Dueñas y
señoras de los barrios. Lideresas de las bandas de jugadores de petanca, de las
mancomunidades, de las juntas de vecinos. Te miran, te juzgan, son la policía
secreta del partido. Brujas que aterrorizan a los niños que juegan al balón
bajo sus ventanas. Olor a lejía y laca del pelo. Química maligna. Veo señores
trajeados que entran y salen de los bancos. Llevan carpetas, maletines repletos
de folios y folios, copias compulsadas de documentos inútiles, como ellos
mismos. Sonríen, saludan a las cajeras por sus nombres. Trasiego de papelitos
pintados, cromos de colores. Si tienes repes te los cambian; dos grises valen
por uno rojo, dos rojos por uno azul. A veces sacan unos que son verdes, los
más buenos de la cole. Esos no se pueden llevar encima, hay que dejarlos en los
bancos para que no se pierdan. Veo un
grupo de gatos haciendo un cónclave en el jardín. Traman algo, de eso estoy
seguro. Nada bueno. Veo moscas, veo hormigas, las negras son de Dios, no hay
que matarlas. Veo porteros que arrastran sus cubos de basura de un extremo de
la calle a otro, siempre a las mismas horas, siempre con celo y cautela. Es su
deber, su juramento hipocrático. Veo tesoros ocultos escondidos en bolsos y
carteras. Veo mp3ses. Veo algún transistor tecnófobo, que no se ha enterado aún
del cambio de milenio, transmitiendo un gol de Atleti entre cuñas radiofónicas
de Coronita, la cerveza más fresquita!. Veo rostros apesadumbrados. Son libros
abiertos. Caras que reflejan la agonía existencial de un mundo marchito.
Veo un paisaje somnoliento. Una instantánea de vidas vacías.
Seres que se arrastran por el césped y cemento primordiales. Inercia vecinal. Buena
gente mis paisanos. Qué lástima que todo vaya a acabar tan pronto!
No me gusta lo que ves pero sí cómo lo cuentas.
ResponderEliminarDesde las ventanas de mi casa se ven cuatro torres. Son cuatro chimeneas horribles que te acechan desde cualquier punto de la ciudad. Las odiaba desde antes de que existieran. Odiaba verlas en todas partes y odié durante mucho tiempo que estuvieran justo detrás de mis cristales. Bajaba la persiana al entrar en la habitación. Había conseguido después de mucho esfuerzo hacer de los metros cuadrados que rodeaban mi cama un destino vacacional. Pero ahí estaban esas torres chivatas, desmontándome el truco.
Una noche decidí dormir con la persiana subida. Y esa luz verde intermitente, procedente de una de las torres, empezó a rebotarme en los párpados. Noté cómo la cama empezaba a moverse. Dejé caer un brazo por el lateral. Había agua en el suelo. Se movía. Olía a sal. Entonces me dí cuenta de que una torre con una luz intermitente es un faro, hasta en Madrid.
Los gatos no sé, pero las palomas traman algo, seguro.
Hay cosas estupendas dentrás de las ventanas. Sólo tienes que cerrar los ojos.